lunes, 22 de agosto de 2011

Restos de arena entre los dedos.

Si echaba la vista atrás, ahí estaban todos. Sin un orden. Todos. Todos sus grandes momentos. Las buenas noticias, las cenas con amigos, las siestas en el jardín, el libro amarillo de Espinosa y las gotas de agua en las gafas. Aquello era lo que ella había vivido. Helados de nata, paseos en moto, acogida sorpresa. Una vecina se enamora. Unos besos te sorprenden. Aprendes a bailar. Vives el concierto de tu vida. Miras todas esas fotos. Recuerdas a las niñas. Ellas te recuerdan a ti. No ganas a los dardos y te picas. Duermes con el frío. Y en ocasiones, también, con las ardillas. Alguien te responde una de las preguntas de tu vida. Y sonríes. Nunca olvidarás aquella tarde.

O, tal vez mejor, nunca olvidaré aquel verano. O este. Que está apunto de acabarse. Gracias. A todos. Por haber conseguido esto. Que no es más que una caja llena de felicidad. Que espero que sea muy pequeña en comparación con la próxima. O al menos, tan enriquecedora y tan bonita como la que dejo en esta estantería.

Esta es la hoja que describe un verano lleno de cosas que recordar. Algunas imposibles de describir. Y otras, que aquí, siempre se leen entre líneas.

martes, 9 de agosto de 2011

Ella tiene el nombre más bonito del mundo.

No te voy a regalar un reglón, ni un párrafo, ni nada que se le parezca. Es tan difícil hablar de ti. Tan difícil verte y describirte. Tan mágico sentir que no te vas. Que no te has ido. Que no te irás. Que has estado ahí, aunque a veces no lo notara, no lo sintiera, no quisiera verlo. No sé qué decirte. No sé qué puedes merecer. Gracias. Gracias por haber estado ahí siempre, felicidad.