miércoles, 31 de julio de 2013

Olores.

Hueles a café. Hueles a tostadas recién hechas, a tormenta, a suavizante, a película con palomitas y a la sensación de correr de puntillas por el pasillo. Hueles a todo aquello que me recuerda que eres mi hogar. 

¿Lo supiste alguna vez?
A veces, las personas corren el riesgo de ser especiales. 

martes, 30 de julio de 2013

Vuelvo, porque nunca me fui.

Vuelvo, como la que nunca sabe cuando se irá. Vuelvo, como las canciones que siempre quieres olvidar o como las cosas que nunca se fueron del todo. Vuelvo, como un chispazo. Como el viento que, casi vencido, se deja llevar y te sopla en la nuca. Vuelvo. Y quién sabe si algún día me fui. 

En realidad, nunca dejé de echar de menos. Tal vez, por eso, hoy creo que tú eres lo único que me entiende. No hace falta comprender: Las palabras están ahí. Y mi vida también. 


martes, 24 de abril de 2012

Cuida a los tuyos, donde quiera que tú estés...

Hay días que no deberían haber existido nunca. Un amanecer lleva consigo y de la mano otro amanecer. Y casi sin dar las gracias por estar aquí, cerramos los ojos, con la plena confianza de que, mañana, volveremos a abrirlos. El Sol nos regala ese trozo de vida que le queda. Y creyendo que será un buen día, decides caminar descalza hacía la ventana, atraída por esos minúsculos haces de luz.

El radio despertador acaba de sonar. Hoy tú has sido más rápida. Suena de fondo una canción que hace tiempo no escuchabas. Y no decides restarle importancia. Cierras los ojos. Y al cerrarlos, te acuerdas de porqué cada canción cobra significado dentro de ti. Es como si cada recuerdo importante tuviera una melodía que le acompañara. En este caso, una canción acaba convirtiéndose en una persona. Y en tus ojos, cerrados aún, nacen las lágrimas que hoy, te hacen sentir viva.

Al abrir la ventana y mirar hacia abajo, la gente anda muy deprisa. Otra gente, apoyada sobre un bastón, camina a paso más retardado. El tráfico a estas horas de la mañana es horrible. Pero tú vas a pie, porque no hace tanto frío y porque necesitas despejarte. Pero el cielo hoy se ha nublado. Pero solo para ti.

Porque mientras todos buscan su lugar en el mundo, tú acabas de perder el origen del tuyo. Y eso es algo que no puede compararse con ningún otro dolor, con ninguna otra preocupación. A veces, el dolor es irreparable. Y no se sabe qué decir. Ni cómo actuar ante eso. Nadie desea la muerte, tampoco nadie la espera. Pero cuando llega, se nota. Y cuando lo hace injustamente, se nota más todavía. El destino, la vida, la casualidad, la suerte o la desdicha, no sé exactamente qué tuvo la culpa. Pero si hay algo de verdad ahí arriba, si hay alguien ahí que nos espera después de la vida, si no es nuestro sistema quien decide dejarnos ir, esta vez te has equivocado. Lo has hecho muy pronto. Y no has valorado lo que ha luchado para aferrarse a la vida sin que nadie sintiera ni un solo grito de dolor y desilusión.

Ella siempre había sido una mujer silenciosa, muy elegante y educada. Pero yo la recordaré por otras cosas. Ella ha sido una mujer alegre y poco común. Una mujer valiente, demasiado valiente, bastante valiente. Luchadora. Ganadora de batallas. Prisionera de sus miedos, de los miedos más grandes. Y... madre. Sobre todo madre. Madre coraje.

Hacía tiempo que no escribía, pero hoy lo hago por necesidad...Por una necesidad que no puedo ni explicar con palabras. Y eso me da rabia. Me da mucha rabia... Pero hoy, no puedo esperar más de mi, ni de nadie. Es el precio de la vida. Es la ley de vivir. Y como ya he dicho en varias ocasiones, tal vez en contextos diferentes a este, a veces, las leyes no son justas.

martes, 28 de febrero de 2012

A todos esos que se empeñan en robarnos la voz yo les digo QUE VIVA ANDALUCÍA LIBRE

Nunca me canso de escuchar esa historia. Y mi madre tampoco se cansa de contármela. Cuando lo hace, sube los puños, casi sin darse cuenta, sin querer, con rabia, con mucha rabia, casi con la misma que el 4 de Diciembre llevaba, dentro de sí, toda Andalucía.

Aquel cuatro de diciembre de 1977 si no recuerdo mal, si el año no me falla, Sevilla, Huelva, Almería, Córdoba, Cádiz, Málaga, Jaén y Granada salieron a la calle, gritando, pidiendo, luchando por una autonomía, por una capacidad de autogobierno, por un derecho que por derecho les correspondía.  Y nos sigue correspondiendo.

Allí, también estuvo el que era antes joven, Caparrós. Aquel que se atrevió a escalar la fachada de la sede del organismo provincial de Málaga y hacer que, junto con la bandera nacional, ondease también la verdiblanca. Pese a que muchos, a los cuales no nombraré, porque considero que tampoco se merecen tal mención, les molestara aquel acto que lo único que reflejaba era que Andalucía, por mucho que se empeñasen algunos en callar, tenía voz. Y una voz muy fuerte. Una voz que ya no se conformaba con lo primero que le dijeran. Una voz que ya no se vendía al mejor postor. Una voz que decidía, que escogía, que quería.

Y yo me atrevo a imaginar lo que se le pasó a Caparrós por la cabeza mientras intentaba subir, como podía, a lo alto de la Diputación. Me imagino que imaginó que lo conseguíamos, me imagino que imaginó, que como él, llegábamos hasta arriba, para que así, la altura no importara nunca más: Andalucía siempre estaría presente, Andalucía siempre sería importante, Andalucía no sería más, pero tampoco menos que nadie.
En ese acto valiente, y digo valiente y lo recalco porque lo que acto seguido le aconteció no lo fue, ni lo será nunca. Caparrós, el joven Caparros, fue asesinado por la espalda. Y su crimen, a día de hoy, sigue permaneciendo impune.

Cuando mi madre llega a esta parte de la historia, su voz se encoge y se quiebra. Le cuesta hablar con claridad. Y hay algo en ella que le entristece. Han pasado más de treinta años… Y parece que para seguir adelante, para cambiar, es necesario que la gente olvide. Creo que es eso lo que le duele.
Bueno, no lo creo, lo sé.

A día de hoy, son muchas voces y mucha gente la que opina y ya está, la que no opina y no pasa ná, la que cree, la que nunca creerá, la que piensa, la que no quiere pensar. La que no habla o la que habla de más. La que escucha o la que no tiene pensado escuchar.

Vivimos unos tiempos en los que no es nada fácil hacer las cosas. Pero también es cierto, que no es válido hacer cualquier cosa para cumplir un objetivo. Al menos, no ahora. Vivimos unos tiempos en los que el paro no es solo un número que escuchamos en la televisión, un porcentaje que estudian los economistas o una tasa que, por ser tan elevada, llama la atención. No. El paro ya es otra cosa. El paro son vidas, son personas. Son historias que todos vivimos de cerca. Por desgracia, ya no hay nadie o casi nadie que se salve. Es raro que en una familia todos los miembros trabajen. Es raro que cada día a alguien le cueste menos abrir el cierre de su negocio sin pensar que puede ser la última vez que lo haga.

Esa es la situación que nos está tocando vivir ahora. Situación que nos está robando las esperanzas, si es que acaso a algunos les quedan algunas. Esa es la situación que nos reflejan, cada día, los periódicos y que estudiamos, cada día, los jóvenes. Pero lo que es peor, esta es la situación que viven, cada día, los desempleados, los recién salidos de las Universidades de toda España, que no encuentran, ni siquiera, su primera oportunidad. También es la que viven los padres de familia, los que llevan toda su vida trabajando en lo mismo, y ahora, de repente, no saben dónde ir.

Y el problema se agrava cuando unos cuantos profetas de mala costumbre, nos cuentan una verdad a medias, que es como una media verdad, que acaba siendo, sin más, una mentira para ganar, a toda costa, lo único que les importa, las elecciones. Porque luego, nunca está de más decir que “con esta situación no contaban” pese a que todo el mundo sabe que sí que lo hacían. Y una vez más, los que vuelven a ser las víctimas de todo aquel mundo paralelo en el que parece que los demócratas siempre se van a vivir antes de todas las elecciones, somos nosotros, los españoles, los de a pie, quiero decir.

Como anteriormente he dicho, no es válido hacer cualquier cosa para lograr un objetivo. Es verdad. Esta es la época en la que los polos se han invertido. Nos llaman locos por decir que no creemos en la justicia, porque a ellos les parece muy loable que un juez sea condenado a once años de inhabilitación por intentar sacar a la luz una de las tramas de corrupción más importantes que han ocurrido en España mientras que, dentro de toda esa trama, van saliendo absueltos, uno a uno, todos los imputados. Perdonen, no es que no creamos en la justicia, en lo que no creemos es en porqué siempre pagan los buenos y los sinvergüenzas, por h o por b, acaban escurriendo sus responsabilidades.

Es el mundo al revés, perdonen otra vez. Y no crean, que hago con esto, demagogia barata. Considero que la democracia es mejorable, pero el sistema democrático es el mejor sistema que hemos inventado los seres humanos para convivir. Por eso, no manipulen. No nos llamen cínicos cuando ponemos el grito en el cielo y decimos que no estamos de acuerdo. Porque no lo estamos, ni lo estaremos, porque todos sabemos que a veces, las leyes, no son justas. Y esta vez y en otras ocasiones, no lo han sido. Pero es impensable que esto se esté convirtiendo en un cachondeo. Pueden estar de acuerdo conmigo o no, pero o los demócratas acaban con la corrupción o la corrupción acabará socavando los cimientos de la democracia.

Y eso es así. Por eso nos quejamos, señores de arriba. Yo lo que les pido, desde aquí, es que si nos quieren escuchar, que bajen, que desde las alturas no se oye bien y todo se distorsiona.  Y no escurran el bulto, esto tiene que acabar. Eso es lo que pedimos cuando salimos a la calle, y no es tanto. Que no traten más al dinero público con opacidad porque es de todos. Transparencia y controles. Y una legislación dura: que paguen de su patrimonio personal lo que usurpan aquellos que se creen más listos que nadie.

Y yo no distingo los colores, en este caso no lo hago. La corrupción es mala, da igual de donde provenga. Porque la corrupción, en resumidas cuentas, es la lacra de la democracia.
Y ahora, hablemos de Andalucía. Que en sí, es lo que más me importa, porque es lo que más me duele. Andaluces, andaluzas, no importa quién escriba esto, porque antes que yo, han sido muchos los que lo han hecho.

Creo que hoy depende de ti, que me estás leyendo, y depende también de mi. Otro mundo es posible. Pero no dejemos que nos lo vendan a largo plazo. Que los andaluces, ya hemos esperado bastante. Aquel que decida representarnos, debe comprometerse con la gente, con la que debe ser SU GENTE, tal compromiso no debe acabar en un discurso, no debe quedarse en unas palabras ni en una intención, ni tampoco en unos cuantos golpes de pecho. El que decida representar a Andalucía debe sentirse hijo o hija del que ha sido siempre el padre de la patria andaluza, Blas Infante. Aquel que decida representarnos, sentirá que debe exigir justicia para su pueblo, como tal vez lo exigió su padre, su madre, su hermano, su hermana o él mismo hace treinta años. Aquel que decida representarnos, deberá ser otro Caparrós ondeando esa verdiblanca. Porque lo que no podemos permitir, es que aquel señor o aquella señora que decida representarnos, siendo elegido en estas elecciones del 25 de marzo, sea alguien que haya permitido o que vaya a seguir permitiendo que nos roben el sueño de la autonomía, que nos sigan tratando de vagos, de analfabetos y de don nadie. Y que además, esos mismos que hoy se presentan, que piensan que ya lo tienen todo ganado, que deciden desde el salón de su cortijo lo que es bueno para Andalucía y lo que no, son los mismos a los que lo único que le importa, tristemente, es el sillón. Y quien no me crea que vea las declaraciones del señor Arenas al ser proclamado Rubalcaba. “Les anticipo al señor Rubalcaba y Griñán que con Rajoy, les vamos a ganar este 25M” Eso es lo que no podemos permitir. Ser un cero. Confiar y seguir siendo un cero. Perdonar y seguir siendo un cero. Andalucía no puede quedarse como está, el socialismo, a mi parecer, más roto que nunca, tampoco es la opción más adecuada. Han tenido tiempo para demostrar lo que no han sabido demostrar. No culpemos a los andaluces, no responsabilicemos a las autonomías como las culpables del déficit, que no nos sigan engañando, la autonomía es una herramienta útil, lo que no es útil ni a corto, ni a largo plazo, es su mala gestión. Gestión que ni Chaves ni Griñán han sabido dirigir. Gestión que se tomaron a la torera. Problemas con las subvenciones, escándalos con los ERE’s. Señor Griñán, Señor Chaves, ustedes, a mi parecer, deberían haber dimitido ya hace mucho tiempo por decencia política, por llevar en su haber, la mochila de la corrupción. Y sin embargo, no lo han hecho, tampoco lo han hecho.

Y después de todo esto, es normal que haya gente que no crea en nada. Porque lo único que importa es seguir adelante, es ver como tus hijos siguen adelante, es ver como tu vida y como la de toda la gente a la que quieres, sigue adelante. Yo lo entiendo. Pero no dejemos que esa mentalidad que se forjó en los años 80 desaparezca. No dejemos que nos rompan, andaluces. No dejemos que los jóvenes no la conozcan, andaluces. Levantaos. Que el cuento no os lo estoy contando yo, ni mi madre, ni muchos como yo, son ellos los que creen que pueden estar toda la vida contándonoslo y que no pase nada. Ha llegado la hora de no esperar a que nadie nos rescate, ha llegado la hora de no esperar a que nuestro presidente del gobierno decida aprobar los presupuestos de Andalucía –que no lo hará hasta que no pasen estas elecciones, claro- . Para lo que sí ha llegado la hora es para tomar las riendas y ser dueños de nuestras decisiones, de dejar de ser esclavos, de no permitir más que hablen y decidan por nosotros. Que no nos digan quienes somos, que nosotros lo sabemos, que nosotros  somos, y se nos llena la boca al decirlo, ANDALUCES.

Y esto es lo único que quería que supierais, que soy joven, que tengo la misma edad que tuvo Caparrós cuando murió, que me siento orgullosa de ser lo que soy y de defender lo que defiendo, que no es más que mi tierra, mis raíces, mis valores, mi justicia, mi libertad y mi seguridad. Y de no hacer olvidar esta historia, ni la del pasado, porque aunque muchos se empeñen en dejarnos sin voz y sin ganas, seguiré escribiendo, seguiré luchando por darle el papel protagonista a quien lo merece, a esos millones de andaluces de ayer y hoy, y también de mañana.

domingo, 29 de enero de 2012

Te debía una historia.

Aquella canción siempre le había recordado a alguien. Aunque ahora no sabía si recordar valía para algo más que para hacerse daño. Nunca había pausado una canción. Entendía que eso era el modo cobarde de afrontar las cosas. Y siempre era capaz de escucharlas hasta el final. Recordar el suspiro del minuto tres y el segundo veinticuatro de Ismael Serrano en “Las instrucciones para no odiar eternamente” era algo que me llamó la atención desde el principio.  Ella no era una cobarde. O al menos, no lo parecía. Pero en algunos determinados momentos, aparecían en ella los miedos más irracionales. Los que nunca comprendemos. Los que se salen de la línea de lo complicado. Y los que, desde fuera, parecen insignificantes y fáciles de superar. 
Y este era uno de esos momentos.

Hacía su maleta lentamente y con sigilo. No quería hacer ruido. No quería contarle al mundo que en su cabeza volaban aviones, tocaban cláxones y trompetas y también vivían los zumbidos más fuertes. Le costaba volver al armario y sacar algo más de allí porque al fin y al cabo, estaba empaquetando una vida para luego trasladarla a otro lugar. Y eso nunca o casi nunca ha sido sencillo. El futuro incierto nos llena de emociones. Nos hace cavilar, soñar, imaginar tiempos mejores. Ganas de cambio. Espacio para dar un giro de más de 360º grados. Pero nunca sabemos lo que va a pasar hasta que pasa. Y Berta, para bien o para mal, no soporta la incertidumbre. 
Berta, así se llama la protagonista de este viaje que todavía me cuesta describir. Un nervio, un terremoto, un algo que no para de zambullirse entre la gente. Abierta. Carismática. Simpática. Y una retaíla de buenas palabras son las que yo, en este caso, podría dedicarle. Pero este no es el caso ni el momento para contároslo. Tal vez, más adelante.

Yo solo quiero que volvamos a su habitación. Su ventana está abierta. Entran aquellos suaves rayos de sol que ya nos dedicaba Septiembre de 2010. No hacía tampoco demasiado frío. Mucho menos en Málaga. La gente todavía seguía yendo a la playa y arañaba como podía, lo poco que quedaba de ella. Ella siempre se perdía en el mar. En el sonido de aquel choque del rompeolas. Tocaba la arena con los dedos de los pies. Y me atrevo a decir que podía llegar a ser una de sus sensaciones favoritas. Playa, sol y amigos. Berta eso no lo cambiaría por nada, eso sí que lo sé.

Seguía con su maleta. Su madre entra por la puerta. Y comienzan a multiplicarse los nervios; “Berta, ¿qué te queda?” “Berta, no nos da tiempo” “Berta, date prisa” Y ella se echa el pelo para atrás y suspira. Y resopla dos o tres veces antes de decir “Ya está mamá, ya he terminado”. Esas palabras justas que hacen que su madre se vaya satisfecha. Pero siempre con el corazón un poco encogido. Sabiendo que, en unas horas, la reina de la casa saldría por la puerta. Rumbo a la ciudad de los sueños por cumplir. Rumbo a Granada. Rumbo a una habitación con vistas a Gran Vía.

Hacía un sol espléndido. Luz. Siempre le ha encantado la luz. San Juan de Dios hacia arriba. Curva a la derecha. Se hace muchas preguntas sin tiempo a responderlas. Un portón abierto parece que le da la bienvenida. Sube esos cuatro escalones y alguien mayor le regala unas llaves y una tarjeta azul por un lado y blanca por otro, con su nombre. Ella sonríe. Como solo ella sabe hacerlo. Y sus ojos se achican mientras da las gracias y sube de nuevo el asa de su maleta.

Segundo piso. Pasillo derecho. Última habitación, al fondo. Una estrella pegada en la puerta, de nuevo con su nombre. Habitación 54. Introduce la llave. Una pausa. No quiere responderse ninguna de las preguntas que siguen revoloteando su cabeza. Gira la llave y la puerta se desliza. Paredes blancas. Un corcho vacío. Un colchón sin vestir. Se adelanta a aquel ventanal. Lo abre y se asoma. Coches que pasan con prisa. Vida. Bullicio. Esta es Gran Vía. Y este es su lugar. Comienza la mudanza. Las fotos pegadas una a una en el corcho. El intentar cambiar el olor del vacío por otro más reconfortante. Aún no sabe cómo. En fin, da igual. Suspira. Mira su móvil. Nada. Rabia. Vuelve a suspirar. Odia esperar lo que no llega. Pero se resigna. No cambiaría estar aquí por nada. No quiere tardar más. Por eso se agacha y abre las cremalleras de esa gran maleta roja.

De repente, el móvil suena. No ha llegado todavía el segundo dos cuando ya lo tiene en sus manos. Pero no. No es quien espera. Pero no por ello no se lleva una gran sorpresa. De nuevo su sonrisa en la cara.

Es Espe.

-¡Gordaaaaaaaaaaa! –Y un grito pinta todas las paredes-. ¿Dónde estás? Ya he llegado… -Berta da treinta vueltas en esos escasos diez metros cuadrados de habitación y no deja hablar a nadie-. Te iba a llamar ahora, pero no…

Espe la interrumpe.

-Berta cariño, ¡tranquilízate! –Una risa suave al otro hilo del teléfono-  Yo también acabo de llegar, solo te llamaba para ver si estabas bien, si habías llegado bien y todas esas cosas…

-Sí, sí, sí… -Ahora, algo más tranquila-. Todo bien, mucha calor, pero bien. Todavía no he abierto la maleta y en cinco minutos tengo que bajar abajo. ¿Qué tal el viaje?

-¡Eterno tía! –Dice Espe sin pensar-. Quería llegar ya, soltar las maletas y ver Granada de nuevo… -Una pausa. Su voz calmada cambia.-. Aunque…

Berta no espera. Por un momento se asusta.

-Aunque, ¿qué?, ¿qué pasa?

-Ya he oído historias de novatadas y me da que lo voy a pasar…

-Gorda te lo vas a pasar super bien… -Se ríe. Le quita hierro al asunto. Mira la hora en ese preciso instante. Ya es tarde. Tiene que colgar-. Anda te dejo, tengo que bajar. Luego si puedo te llamo, ¿vale? ¡No te preocupes y disfruta!

Al otro lado, Espe le regala una media sonrisa. Decide aparentar que las palabras de su amiga han eliminado todos esos miedos y nervios idiotas.

-¡Está bien! Luego me cuentas. Te quiero muuuuuuuucho.

Y ese “muuuuucho” se alarga hasta que el teléfono se ilumina y aparece en la pantalla “Llamada finalizada”. Aunque si por ellas fuera, ese mucho se alargaría hasta el final. Duraría toda la vida, como las buenas costumbres. Incluso, me atrevo a decir que más allá.

La amistad, al igual que el amor, pasa por etapas cruciales. Transcendentales. Etapas en las que sopesamos si alguien es importante en nuestra vida o no. Yo muchas veces me pregunto si aquella frase coletilla de “A ver si nos vemos” es real o no. ¿Por qué? Hace tiempo leí que las personas complicamos las cosas. Y es cierto. Si echamos de menos, ¿por qué no llamamos? Si queremos pasar un rato con alguien, ¿por qué no le invitamos a cenar? Si tenemos dudas, ¿por qué demonios no preguntamos? No nos gusta, hablemos. Nos gusta, hablemos aún más. Las cosas son así, ¿no? ¿Tenemos ganas? Hagámoslo. No pensemos en el después. No podemos pasarnos la vida pensando en lo que pasará mañana y creyendo que las cosas son imperecederas. No. La vida tiene otras leyes. Y seamos realistas, a veces, las leyes, no son justas.

Y volviendo al tema, ellas han pasado por muchas etapas cruciales. Y en ninguna de ellas, han renunciado a todo ese baúl ensanchado, lleno de risas, de lágrimas, de momentos que querrían olvidar, y de otros que les encantaría volver a repetir. Lleno de canciones, de secretos y de tardes en Málaga. También colmado de rutina. Pero de rutina sana, de esa que incrementa la confianza, de la que te enseña a no hablar y a que la otra parte de ti ya te haya comprendido. Eso es. Esas son Espe y Berta. Y esa es la amistad que yo pienso que es capaz de saltar cualquier obstáculo. La que crece todos los días un poco. Y no se agiganta en los cumpleaños ni en los días señalados. La que dedica una tontería a diario. La que siempre tiene algo presente. La amistad que es indispensable. Irremplazable. Imprescindible.

Eso. Imprescindible. Su palabra. La palabra que ellas siempre se dedican. La palabra que las define. Y que estoy segura que las definirá toda la vida.

Y si volvemos a Granada, la sala estaba llena de gente. Llena de gente desconocida, claro. Pero tampoco era muy grande, la verdad. Tanta gente me recordó a ese viejo salón de actos de mi escuela: Padres y madres ansiosos, a la espera de ver a su hijo aparecer en el escenario, vestido de ocasión en la función de Navidad. Sí, algo así era.

Esta vez, en lugar de teatro, nos colocaron diapositivas de trenes que iban y venían y que solo pasaban una vez por la estación. Asemejando la idea de que nosotros éramos partícipes de un viaje que nos cambiaría la vida por completo. Sí. Creo que nunca había escuchado eso de “Hay trenes que solo pasan una vez en la vida. No los dejes escapar”

Aquel discurso fue tan original que casi ni pensé que la última frase sería esa que acabo de decir. La originalidad no ha sido ni es uno de los puntos fuertes de nuestra directora. Utilizó las metáforas, las buenas palabras, y esa voz suave y angelical que utiliza para hacer promesas, pedir favores y excusarse cuando sabe que no las tiene todas con ella. Con el paso del tiempo comprendimos que cada cual entiende el bien a su manera.

Pero no es eso lo importante. Olvidemos por un momento ese aire cargado de hipocresía que siempre condensaba el lugar cuando ella se acercaba. Porque al final, cuando te rodeas de gente así, acabas devolviendo la misma sonrisa estúpida que no tiene sentido y que solo emites para que no se note lo que de verdad estás pensando. Y es triste que alguien como ella acabe siendo juzgada por alguien como yo. Pero este es uno de los asuntos que tampoco es necesario tratar en este momento, porque yo sólo quiero que hablemos de cosas buenas, o de lo que al fin y al cabo importa y se merece una mención.

Volvemos a la sala. A Berta. A su cabeza. Mientras la directora habla, ella fija la mirada en todas esas personas que han asistido al acto. Y que también ojean la sala, en busca de la primera mirada de complicidad.

Hay una chica que habla por los codos. Que mueve los pies constantemente. Y que chincha a la chica que tiene al lado. Se nota que está contenta, que está feliz. Berta no puede evitar escuchar la conversación que mantienen esas dos amigas que, pronto, también serán las suyas.

Pero también hay otra chica, al lado de la puerta, apoyada sobre la pared. Habla con un chico. Con camisa, con el pelo engominado hacia atrás. Se ríen. Hablan por lo bajo. Se susurran.  Son novios –Piensa. Y al pensar, su cabeza vuelve a irse, irremediablemente, a otro lado, a otro lugar, a un recuerdo, a unas semanas antes en el Picasso.

Pronto conocería a Virginia y a Curro, a esos dos enamorados que se contaban secretos pegados a la pared. Y también a Ana Expósito y a Anita Amarillo. Sí. La chica que hablaba por los codos. Pero no todo se quedaría ahí. No todos los recuerdos se quedarían condesensados en ese instante. Lo que Berta no sabía en ese momento, es todo lo que el destino había preparado para ella.

Conocería a Lucía, a Gar, a la Pepa, a Aza, a Paci, a María Amor, a la Ruíz, y a la Rome, que soy yo. Y también, más tarde, a Rosita. Y a muchas más que también, queriéndolo o sin querer, nos convertimos en compañeras de viaje. Un viaje que todavía sigue surcando, a su manera, todo el mar infinito que no acaba.

Muchas veces, navegando por esas millas que dejamos atrás, te recuerdo encima de mi cama, con ese atril de madera, y con una coleta medio deshecha. Otras, te recuerdo haciendo de capataz, moviendo colchones por el pasillo. Otras, haciendo deberes de italiano deprisa. Y en otras, intentando aprender a tocar la guitarra. Y a veces, también recuerdo aquel día que diste la cara por mi, en el comedor, dándole a la jarra con la cuchara, intentando que todo el mundo te prestara atención. Nunca he olvidado cómo me contabas tus historias, ni cómo hablabas de tus miedos y de tus sueños. Tal vez por eso te escribo esto. Porque desde aquellos momentos me dí cuenta de lo cerca que había estado de ti y de lo mucho que te había conocido en tan poco tiempo. Tal vez en esos momentos sentí también, que el capricho del destino era ese: Conocer todos los detalles de tu vida que no había podido presenciar hasta ese día, para que así, por muy lejos que se alejara tu barco del mío, supiera dónde ir a buscarte si te sentías perdida. O si la marea nos alejaba kilómetros y kilómetros.

Y a día de hoy, yo sé que tú sabes, que me tienes. Que me tienes para siempre y para lo que sea. Por muy lejos que estemos y por mucho que nos pase. Porque somos capaces de ponernos al día en un día gracias a tu super capacidad de no respirar y contarlo todo seguido. ¡Lo admiro! Porque al menos una de nosotras no tarda siglos en contar una chorrada...

Porque ya lo ves. Este es el claro ejemplo; Intento decirte que felicidades y acabo escribiéndote todo esto. Pero en fin, da igual. Lo importante es que al final, después de todas las historias que te he contado, acaba la canción de Yiruma y también el cuento. Pero en este caso, tú cumples 20 años, yo me alegro de que no haya cambiado ni un ápice de ti, y dejo todo esto, por si algún día decido volverte a escribir, en puntos suspensivos...

FELICIDADES BERTIBIRI... Ü

sábado, 7 de enero de 2012

Nunca cambiaría el final de los años.

Hoy he vuelto a releer algunas de esas entradas que llevo escribiendo durante casi 2 años. En algunas me he reído, en otras me he avergonzado y, en unas cuantas, he vuelto a llorar. Hoy, oficialmente para mí, acaba la Navidad. Y soy capaz de hacer un pequeño balance para que conste en acta:

Creo que la Navidad también es una palabra que contiene una gran fuerza y una gran capacidad de unión. Es como un imán que atrae a las personas. O que tal vez, las apacigua y las sienta sobre la mesa. Muchas veces, la gente suele decir que la odia, que siempre es triste y que se gasta mucho dinero. Sí. En Navidad nos acordamos de la gente que ya no está, que no se sienta sobre la mesa y que no rasga con una cucharilla la botella de Anís. Es verdad. También, nos entristecemos porque nos gustaría tener para todos, porque nos gustaría hacer el mejor regalo del mundo y no se puede. No se puede, y eso también es verdad. Pero yo, sin embargo, siento que la Navidad es la única que puede conseguir cosas que, aunque tú te empeñes y te empeñes, y luches, y grites y maldigas, no eres capaz de conseguir. La Navidad nos hace mejores personas, digan lo que digan. ¿Saben por qué? Porque si no hay, buscamos debajo de las piedras. Nos hace daño ver a alguien sin ilusión, sin un regalo debajo del árbol. Porque cuando comienza el año, aunque hayas estado enfadado mucho tiempo con alguien, también duele no abrazarle como todas esas veces que sí que lo habías hecho. Y por eso lo haces. Me gusta porque en Navidad, pasas el tiempo con personas que llevas mucho tiempo sin ver, disfrutas cuando les ves bailar, vives cuando recuerdan algún recuerdo que tú ya no recordabas, y tú haces volver a vivir con algo que ellos habían olvidado. Y eso me gusta. En Navidad, aunque sea con agua, brindas por algo. Da igual si más grande o menos grande. Pero por algo. Porque en Navidad somos capaces de hacer balances y rebuscar... Encontrando, finalmente, algo positivo. Y a mí me salen las cuentas, me pesa lo bueno, me sobra lo malo. La Navidad es una fuerza, al igual que la fe, porque es la única que ha conseguido levantar a mi abuelo de la cama. Cuando todos los demás se tiraban de los pelos buscando la fórmula de hacer que eso ocurriera. La Navidad es capaz de cualquier cosa, y cuando digo de cualquier cosa, es de cualquier cosa. Y todos me dicen que todo lo que propone la Navidad debería realizarse todo el año, sí, ojalá. Pero al menos existe, ¿no? Al menos, lo vivimos durante unas semanas, ¿no? Y por eso debe disfrutarse. Con poco, con mucho... da igual. Valoremos todo lo que tenemos alrededor, quedémonos con todas las caras de la mesa, enseñemos a los pequeños lo que nosotros hacíamos cuando éramos así y nunca permitamos que la mesa se quede vacía, hagamos que crezca. Que crezca todo lo que pueda...

Y así, cuando haya frío, recuerda. Abrígate con el calor de esos días. Y no los olvides, no los olvides jamás.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Las cosas que se pierden por el camino.

"Cogimos nuestra ropa de los sábados tarde y corrimos calle abajo. Desprendiéndonos de todos aquellos problemas que pudieron, entre semana, revolvernos el estómago por dentro. Escapamos. Como quien se larga para no volver. Y yo cogí mi cámara y fotografié. Por si acaso. Porque somos tan pequeños con respecto a todo lo demás, pero logramos sentirnos tan grandes si nos unimos... que aquella vez, agoté la tarjeta de memoria. Y me alegré de que, al menos ese sábado, fuera para siempre"

Ha llovido mucho desde entonces. Desde aquella foto, desde aquel viejo texto. Pero tenía razón. Me alegro de conservar esta foto y los recuerdos que con ella vienen. Pese a que también, luego, me doy cuenta de que las fotografías no son capaces de congelar todo lo que captan. Al menos no para siempre; Ya no somos lo que éramos, hemos cambiado. Me pregunto porqué a lo largo de los años todas esas palabras pesan más. Que alguien me lo explique.

Hace años. Algo más pequeñas. Un sábado por la tarde.